domingo, 15 de junio de 2008

Impúdicos


“Me quedé con la curiosidad de esos chupetines de cannabis”, comenta la señora a su marido mientras camina por el centro antes del estertor del domingo. En Amsterdam las esquinas te invaden con el olor a cannabis y no de garrapiñada, los viejos pasean el sábado a la noche entre las putas de las vidirieras de la zona roja, las nenas caminan por un sex shop con su novio en una mano y un vibrador de veinticinco centímetros en la otra. Hablar de drogas o de sexo en Amsterdam es lo mismo que sobre el precio de la lechuga o el partido de ayer.

Cuando de tarde camino por las calles entreveradas donde cruzan de un lado a otro las vías del tranvía se me complica un poco. Uno por poco me pisa cuando miraba el mapa como un boludo. Los canales, en cambio, son geniales para pasear. Al centro lo pueblan los restaurantes, los bares y coffee shops y las casas de souvenirs. La primera señal sensorial de que uno está pasando por un coffee shop es el intenso olor a faso que sale a la vereda.

El sábado a la tarde me meto en uno, The Grasshopper, que de noche se ilumina en verde y ofrece una postal de la ciudad mucho mejor que cualquier catedral. Adentro voy hasta donde está el menú, una placa de metal incrustada en una pared que se ilumina cuando uno oprime el botón. Decenas de nombres y orígenes distintos de weed y hash. Pido Jamaican Gold. No hay. What do you recommend? Tal. Ok. Me siento en una mesa, pido una coca light y me interno en una noche high, que por momentos se puso low por lo poco y mal que había dormido.

Aún así más tarde logro reptar hasta un bar donde toca una banda de jazz, me pido una cerveza y me siento a ver cantar a la mujer más linda del mundo. Después voy a caminar por la zona roja entre las vidrieras que ofrecen cuerpos diez veces más perfectos que el mejor que yo pueda llegar a poseer a precios que no pienso pagar pero que valen con creces. En las cuatro o cinco calles que conforman el barrio de las tres cruces pasean los nativos y los turistas sin pudor.

A las dos de la madrugada, muerto, vuelvo entre cabeceadas, me pierdo por una hora, camino por calles todas iguales, soy mangueado en euros por un vago y llego al hostal reptando para zambullirme en la cama menos acogedora que recuerde.

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