sábado, 14 de junio de 2008

Berlinesas


Es la primera mañana libre desde que llegué a Berlín y salgo de casa a la una después de haberme tomado el tiempo del mundo para desayunar y bañarme. Camino por la Kurfürstendamm flotando bajo el sol escuchando a The Shins. Y vuelvo sobre el pensamiento recurrente de estos días: que con gusto viviría en Berlín, en ese lugar casi perfecto donde todo funciona bien, donde nadie molesta a nadie y todo se puede hacer.

Camino con la libertad de no tener que tocarme el bolsillo a cada cuadra para asegurarme de que todavía no me afanaron, con la libertad de que a todo el mundo le chupa un huevo si salgo con una minifalda de cuero o un loro en el hombro; que a nadie le molesta lo que haga si no los jodo. Con libertad.

***

Vamos en el tren, parados junto a las puertas. Un alemán rubio de pelo corto toca la guitarra y canta con mucha pose una versión no tan horrible de Wish you were here. Termina con un acorde rasgado y hay silencio. Fuck off, dice, camina entre los pasajeros y recibe una unánime indiferencia. Cuando pasa de nuevo junto a nosotros, mira al costarricense Pablo y le suelta una serie de insultos en alemán, más o menos centrados en la palabra pajero. Wichser esto, wichser lo otro. Se baja. Antes de que el tren arranque, se asoma por nuestra puerta y le lanza a Pablo un suculento escupitajo.

***

En Berlín hay un pedazo enorme de historia en cada baldosa de la acera. Allí se levantó y se cayó la cortina de hierro. En Berlín está el centro de la historia de la segunda mitad del siglo pasado. Está el muro que recuerda la desesperación y la bronca contenida con los graffitis, la mirada crítica al Tercer Reich, la huella de todos los reyes Guillermos y Federicos.

También está la convivencia de los turcos gritones con los hoscos caucásicos en Kreuzberg, los memoriales que hacen pensar en la historia en vez de huirle, la arquitectura comunitaria de la Avenida Karl Marx contrastada por la influencia de Le Corbusier en el exclusio Hansaviertel occidental.
Está todo en Berlín.

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Salimos de la estación central de Berlín. Caminamos por las calles adyacentes al centro administrativo de la ciudad, con el Bundestag y el edificio de gobierno. De pronto, a la izquierda, vemos una superficie de Arena bordeando el río Spree, donde hay un bar y varias personas tomando. Al fondo, en una pista de baile varios alemanes intentan moverse al son de la salsa. Detrás hay un pequeño escenario con una lona blanca y un águila imperial negra dibujada en ella. Una morocha con un cuerpo glorioso sacude su culo. Alemanes de camisa y movimientos tan graciosos como los de Robocop se empeñan en completar los pasos. Mis compañeros latinos entran en ebullición y se lanzan a la pista. Yo, por supuesto, me quedo, tranquilo y recostado, con mi cerveza en la mano y una sonrisa en la cara.

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