domingo, 13 de julio de 2008

Dos dedos adentro

Cuando el alemán que atendía la barra la cerró y se fue, Miguel me dijo: “tengo un pique para seguir tomando después”. Estábamos con un par de solitarios de México y Venezuela, cuyos nombres olvidé, ahogando la medianoche parisina con un vino blanco que habían comprado unas adolescentes muy borrachas. Miguel tiene treinta y seis, es argentino, muy petiso y tiene sólo medio brazo. Uno le falta casi entero, sólo tiene el muñón del hombro. El otro llega hasta donde debería estar el codo, y de ahí salen dos dedos. Y listo. Yo lo había conocido esa noche, igual que a los demás. Según me dijo se estaba quedando en ese albergue de París por tiempo indefinido, mientras trabajaba en un supuesto proyecto.

Más tarde se hizo hora de aplicar el truco anunciado. No era muy complicado. Sólo había que esperar a que no hubiera nadie más en el bar. En eso Miguel agarró una botella vacía de plástico y se fue hasta el barril de cerveza detrás de la barra. Sacó el seguro y mientras sostenía la botella con el muñón del brazo ausente, con los dos dedos del otro abría la canilla. Volvía con la botella llena de cerveza espumosa. Por varias horas estuvimos tomando gratis. A Miguel le palpitaba el porteño en las venas y se divertía con el engaño criollo.

De a ratos volvía el alemán, o venía el guardia de seguridad, un negro enorme todo vestido de negro. Cuando aparecían igual seguíamos con el robo, armando murallas humanas entre los cuatro con bastante disimulo para que Miguel pudiera ir hasta el barril y lucirse. “¡Son unos boludos!”, se burlaba de los empleados, que no se daban por enterados, pese a que cada vez que aparecían los vasos estaban llenos.

Nunca le pregunté a Miguel por las deformaciones en sus brazos. Di por hecho que así nació. Me contó que vive en Turín y trabaja para una empresa que vende televisión satelital por internet, o algo así. Me dijo que la noche anterior había cogido con una de las chicas que se alojaban en el albergue, una española de veintidos llamada Nerea. Sospeché que me estaba engrupiendo. También me contó que cuando el Indio Solari tocó en Montevideo él estuvo acá y que esa noche terminó en uno de los pubs irlandeses de la Ciudad Vieja tomando frula con Colin Farrell, que estaba rodando Miami Vice. Me estás cagando, pensé. Lo escuché decir peroratas politiqueras sudamericanistas muy baratas para hacer lloriquear a la española. Sin embargo también lo vi escuchar a Spinetta y a The Cure. Nunca me quedó muy claro hasta dónde es un enorme chanta.

La noche del drenaje cervecero yo había salido a fumar un cigarrillo. Cuando volví estaban los tres sentados en una mesa muy serios. Yo dije alguna boludez y Miguel me contestó: “el negro se avivó”. Y ahí estaba el urso muy enojado, esperando que llegaran el alemán y un recepcionista de trenzas para vendernos al vil precio de la obligación. Siguiendo el postulado delictivo más básico, Miguel negó todas las acusaciones. No sé si pretendía hacer quedar al negro como un delirante o como un mentiroso, pero mientras el guardia le gritaba en francés al venezolano, que estaba muy borracho y le hacía frente, Miguel lo señalaba con sus dos dedos y gritaba: “este señor no puede venir y acusarme de algo que no hice”. Furioso. Sorprendido en su buena fe, se mantuvo firme hasta el final. Él no había hecho nada y lo estaban cagando. Y punto.

Yo seguía sentado y mudo, tomando vino de mi copa mientras a mi alrededor volaban los gritos en francés entre el negro, el venezolano y el alemán, que no entendía nada. Miguel, en cambio, se cagaba en el francés y protestaba en español por la patraña de la que estaba siendo víctima.

Al rato me aburrí y salí a fumar un cigarrillo. Cuando cerré la puerta de vidrio miré para adentro y lo vi a Miguel que le seguía gritando al negro, desencajado, negando todo, y señalándolo y golpeando la botella de plástico contra una mesa varias veces, indignado por esa afrenta a las buenas costumbres argentinas.

viernes, 11 de julio de 2008

Play a song for me

Hace tiempo leí a Charly García, creo que en una entrevista en la Rolling Stone, diciendo algo así como que todas sus canciones son canciones de amor. Esta noche estoy mirando No direction home, el documental de Scorsese sobre Dylan, y en una conferencia de prensa le preguntan algo sobre una canción de protesta, una etiqueta que a Bob parece darle tantas nauseas como a mí. Y el tipo responde: "Todas mis canciones son de protesta".


Y yo, con la sintonía entre mis neuronas bastante disminuida por el porro, tiendo a divagar y pienso que al final es de eso y nada más que tratan todas las canciones. De amor y de protesta. Y las realmente buenas, de ambas cosas a la vez.

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