lunes, 22 de diciembre de 2008

De idiotas e idioteces


Camino apurado en la noche, peleado con el mundo, y llego al cine con cuatro minutos de retraso, es decir, con tiempo suficiente para comprar la entrada y tirarme en la butaca entregado a que los hermanitos Coen agarren mi cabeza entre sus manos, la estrujen como una bola de plasticina y la lancen hacia los bolos antes de tomarse un buen trago de white russian.

En la boletería, un tipo con su esposa y su hija, igual de fea que la madre, evalúa si va a comprar coca cola y pop, o sólo la coca cola o sólo el pop o la promoción dos por uno. Pregunta si ahí se puede usar la tarjeta Itaú. Sí, claro que se puede, imbécil. Ah, pero es la tarjeta de débito, revisa en la billetera y no la tiene, mientras corren los minutos. Al imbécil no le importa que empiece la película. Me retuerzo dentro de mi cuerpo, ansioso y enojado.

Entro finalmente, subo las escaleras de dos en dos y me zambullo en un asiento. Crunch crunch crunch crunch. Como siempre, varios salvajes mastican pop mientras terminan los cortos. Silencio. Crunch crunch crunch. Yo silencio mi celular, otros hablan. Empieza la película. La cámara desciende sobre Norteamérica.

Brad Pitt dice muchas veces shit mientras revisa un disco que encontró en el gimnasio. Información de Inteligencia. Shit. Un nabo se mete en la fila de adelante y se para frente a mí. "¿Compraron las entradas?", pregunta a otros dos que están sentados. La sangre comienza a hervir desde las plantas de mis pies. El nabo se va y vuelve unos minutos después para volver a quedarse parado frente a mí. Habla con sus amigos como si estuviera en el bar. Sigue parado. Le pido que se siente, igual que otro espectador. No da pelota. "Estoy mirando Red de Mentiras", dice. No estás mirando nada, imbécil, estás molestando. Se da media vuelta y sale.

Con el zoom out hacia el cielo termina la película. Sigo apoltronado en la butaca, pero feliz, sonriendo. “Qué película rara”, dice alguien atrás. Alguien que seguramente nunca vio una de Kubrick, de Lynch o de Kurosawa. Salgo por los pasillos del shopping en su mejor hora. Unos pendejos adelante comentan la película. “A algunas escenas les faltó una escena antes para que se entendieran”. Vuelve a mi mente la imagen de John Malkovich apuntando con su revolver a Richard Jenkins, diciendo: “Sé lo que representas: la idiotez”. Tanteo un arma en mi bolsillo. No hay. Idiota.

Dios salve a los idiotas que me salvan una noche e incinere a los que la entorpecen. Amen.

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