miércoles, 14 de mayo de 2008

Ebrio bajo cero

Estaba parado en el umbral de la escalera de entrada a la casa, recostado con los codos sobre la baranda. Alrededor todo estaba cubierto de nieve y hacía mucho frío. Yo vestía sólo una camiseta negra de mangas cortas y respiraba hondo en medio de la noche, cumpliendo mi pena atenuada. Tenía dieciseis años y estaba muy borracho. Pensaba en lo que estarían diciendo de mí adentro, y recordaba la imagen de Jan, el anfitrión, con una enorme bolsa llena de papeles limpiando el vómito que yo había dejado en el suelo del recibidor. Me había embriagado y de pronto caí en un sillón abrazado a una gordita de lentes con grandes tetas y después estaba ahí, digiriendo el ocaso de la noche.


Unas cuantas horas antes había llegado cargando una mochila llena de cervezas, con Fokko, el alemán de diecinueve que me había recibido en su casa en ese pueblito medieval alemán donde estaba pasando el verano más polar de mi vida. Los padres de Jan no estaban y hacía una fiesta. Enseguida nos encontrábamos los pocos que llegamos temprano tomando un shot tras otro de Jägermeister, un licor que te lleva de excursión al infierno. Eso y la cerveza eran el cóctel mortal teutón de cada fin de semana. Mientras tomábamos hicimos el pacto de que si alguno vomitaba se iba de la casa.

Más tarde estaba yo en medio de una fiesta llena de adolescentes del liceo al que estaba asistiendo como oyente. Había cerveza como agua, y permanentes brindis con Jägermeister al grito de “proust!”. Todos estábamos borrachos en mayor o menor medida, poniendo discos de rock y diciéndonos incoherencias. Yo estaba en un sueño, en medio de varios viejos de diecinueve y algunas chicas de mi edad que me resultaban apetecibles, estimulantes e improbables. Pensé que no había visto nunca una fiesta de verdad antes de llegar a Alemania. Algunos peludos fumaban hachís. A mí me daban muchas ganas de probarlo aunque tenía vergüenza de pedir. Me conformaba fumando algunos cigarrillos. Fumaba poco, solo algunos cigarrillos cuando salía por la noche. Aún no era adicto y aún pensaba que nunca iba a serlo.

Yo disfrutaba de andar por todos lados con gente que podía manejar y entrar a cualquier bar sin problemas. Además de Fokko y Jan, recuerdo a un par más, aunque no sus nombres. Había un rubio de pelo crespo que era bastante amigo, una pareja compuesta por un flaco peludo de barba y una pelirroja muy fea, y algunos otros drogones pelilargos. Algunos tocaban en una banda de ska, y yo a menudo iba a verlos ensayar en una casa en las afueras.

Algunas noches antes había tenido mi primera experiencia delirante, que todavía recuerdo como la borrachera más extraña de mi vida. Fuimos a un pub —una kneipe— y nos sentamos en una mesa al fondo. Eramos varios y estábamos tomando cerveza y Jägermeister. Iban llegando las mozas con bandejas llenas de shots a cada rato, y “proust!”, y nos íbamos emborrachando a los gritos, rompiendo vasos al brindar, escuchando rock, fumando cigarrillos Gauloises. Más tarde me enteré de que cada uno pagaba una ronda, y yo pagué la mía, y seguimos tomando Jäger M. La noche derivó en fiesta, en un grupo de borrachos que salimos a bailar a la angosta pista al lado de la barra. Lenny Kravitz cantaba una y otra vez i want to fly awaaaay, y el riff resonaba en mi cabeza. En determinado momento estábamos todos bailando en calzoncillos. Uno había caído seco encima de la barra y otros lo regaban con cerveza y le caminaban por arriba. Yo miré para el costado y vi a una mujer de treintaypico que me hablaba recostada a mi lado en un rincón, y para mí era una extraterrestre recién aterrizada.

Ahora que estoy por volver allí, con mi adolescencia ya guardada entre telarañas, me vienen a la cabeza esas noches en las que volvíamos tambaleándonos por las calles, imperturbables por el frío bajo cero y la nieve, borrachos como cubas, cagándonos de la risa del resto del mundo porque éramos invencibles, inmunes a los papelones, inconscientes del ridículo. Pocas veces me sentí tan libre. Aunque sé que aquello, por suerte, no se va a repetir, me conformo con volver a embriagarme de ese aire lleno de licor e impunidad.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado amigo,leyendo sus letras me hizo recordar muchas historias de mi adolescencia, que si bien no tuve la fortuna de poder recorrer lugares tan maravillosos, mi Montevideo natal igual se esforzó por birndármelas.
De todos modos hoy, con ya medio siglo a cuestas, las sigo repitiendo (no tan a menudo, ya que el físico es otro)y las disfruto casi que como antes.
Por lo tanto le deseo un muy buen viaje y le recomiendo que disfrute de esas experiencias nuevamente tal cual fuese un niño de 16 años....

the walrus dijo...

Gracias por los buenos augurios.

Aqui estoy, sentado en Berlin frente a una computadora alemana que debe tener una decada y que por supuesto no tiene tildes ni esa letra parecida a la n que usamos nosotros.

Cuando pueda conectarme desde mi propia computadora volvere a postear. Por ahora todo va bien.

Salud.

Anónimo dijo...

Subí fotos también!!!! y entre nos???? picó algo ahí???

O bepi dijo...

Esperando noticias suyas, brother

the walrus dijo...

Pronto... ahora estoy en clase. Recién me dieron una lista de bares con internet wireless así que voy a ponerme en contacto.

Las fotos, Seba, en breve en Facebook.

Abrazos

Free counter and web stats