lunes, 11 de agosto de 2008

La jungla satinada

Sábado. Subimos por las escaleras y nos horrorizamos con el panorama que se extiende frente a nosotros al llegar a lo alto. En desorden todos amontonados caminan de un lado a otro cientos de seres como hormigas huyendo de su madriguera aplastada por un niño lleno de mocos. En todas las direcciones, parece que las alimañas intentan romper con la física atravesando la materia. Casi lo logran. Esquivando los bultos como podemos llegamos hasta las filas de autómatas que, en cambio, avanzan rígidos un paso por siglo en armonía perfecta con el entorno. Me dejo atropellar por los especímenes que me rodean mire a donde mire y me embisten de un lado y del otro. ¡Todas las tribus... todas las etnias... todas las castas!, exclama ella con cara de pavor mientras bordeamos el vacío e intentamos escapar esquivando horribles batracios con pelo engominado hacia atrás y buzo atado a los hombros. Es demasiado. Nos escurrimos como podemos y huimos. Otro día veremos la película.

domingo, 3 de agosto de 2008

Flash de última hora

De golpe nos quedamos enganchados a Día de la Independencia, el compendio de clichés yanquis más obsceno que una mente diabólica puede concebir, hipnotizados por la tele, secuestrados por el cannabis, acorralados por el frío, en uno de esos sábados a la noche de Hollywood y Mc Donald’s que el hombre occidental de vez en cuando debe autopropinarse.

Cuando terminó la película y pasaban los créditos con la lista de culpables nos fuimos reclinando en el puf hasta que quedé yo con la cabeza colgando boca arriba y ahí, en el living de mi apartamento, con mi chica ascendiendo por mi vientre y la vista fija en la pared donde está el afiche de Alex y sus tres drugos, me quedé petrificado. Por un segundo y entre paréntesis vi el fin del mundo.

Enseguida todo volvió a la normalidad, como sucede siempre después de cada fin del mundo.

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